Un globo naranja giraba en círculos
dentro de un remolino de aire. Ella cruzó por medio con sus botas azules. Nadie
en la plaza parecía fijarse en aquel globo que como el del cortometraje Le ballon rouge parecía tener vida
propia.
Al otro lado de la calle en un cine
antiguo se anunciaba un estreno ¿cómo habría sobrevivido aquella sala? Seguro
que tras la resistencia del Rex se encontraba la figura de un apasionado
cinéfilo que se aferraba al proyector y luchaba por abrir el viejo telón
granate una vez más.
Un gato callejero patrullaba la salida
trasera del edificio; ningún otro felino del barrio osaba meter sus bigotes en
cualquiera de los siete contenedores de residuos que allí había. No se
arriesgaban a quedarse sin vidas en el intento.
El devenir de las cosas, un ir y venir
ajetreado, el tranvía cerrando sus puertas… Nadie había echado de menos las
amapolas en aquel mayo lluvioso y sin embargo ella, cada día las añoraba.
Todo era diferente, hasta el sabor del
café, más amargo. Y el cielo más gris, y el horizonte más negro… Y en cambio su
interior era como aquel globo, una danza incansable al son del viento; que hoy
soplaba tranquilo, de poniente, trayendo consigo el olor del verano.