Tenía
cara de niño con su sonrisilla tímida y aquella camiseta naranja. ¿Me pones una
Mixta? ¿A mí una Coca-Cola?... Y así lo conocí aquel verano del 2004; todas las
tardes tras la barra de aquella vieja
discoteca reconvertida. Pronto supe que seríamos amigos, lo que no imaginé es
que llegáramos a ser familia… Que acabaría siendo una especie de hermano, un
gran ejemplo…
Ahora,
aún a pesar de lo duro, de haber estado seis años envuelto en la persecución de
un inhumano objetivo, tras haberse dejado la piel, aún conserva el sentido del
humor, picante e inteligente, como el de aquel caluroso verano.
Muchas
cosas han cambiado; y no me refiero a físicamente, que también, porque aquel
esmirriado de ojos marrones se convirtió en todo espalda, un musculado madelman de entradas marcadas. No. Me
refiero a que ninguno somos el mismo, porque todos poco a poco hemos logrado
ser una versión mejorada de lo que algún día fuimos.
Puede
que la esencia del hoy ya existiera en lo que éramos aquel septiembre en las
calles de San Sebastián, el siguiente año cuando nos pusimos el pantalón blanco
y el pañuelico rojo y recorrimos por primera vez La Estafeta y bailamos, katxi
en mano, en el Jarauta y el Viana, y ese noviembre cuando un empujón lo subió
al escenario a cantar una de sus favoritas, esa que dice quiero ser más rápido que ellos… Y él, como si fuera una broma del
destino, lo consiguió: ser más rápido que todos.
Arriesgó
hasta ganar. Invirtió toda su ilusión, esfuerzo, trabajo, mucho sacrificio, y
en numerosas ocasiones hasta dolor. Tuvo que aprender a sacar paciencia cuando
la Administración decidió poner ante él un obstáculo tras otro. Una carrera de
vallas, o más bien de muros, a la que muy pocos sobreviven.
Hace
casi dos años empezaba por fin la ansiada y temida etapa, los exámenes; allí se
presentaron más de 5500 aspirantes depositando todas sus esperanzas. El teórico
llegó en diciembre, en buena fecha para celebrar el éxito aunque él, que había
ido perdiendo optimismo por el camino y se cuidaba de no separar los pies del
suelo, más bien creyó que ahogaba penas con cada trago de cerveza. No
conseguimos convencerle que no estaba
cayendo en picado que aquello no era
igual que un mal sueño. Por fin se
olvidó y no dejó de correr, como en sueños. Siguió buscando su destino…
Pronto aquellos
fuertes y entusiasmados jóvenes se encontraron con las exigentes cribas del
proceso y las desesperantes dilaciones. Él tuvo que sacar fuerzas y aguantó
hasta cuando todo parecía negro. En las físicas los nervios casi le traicionan
pero fue un mono en la cuerda, un delfín en el agua y una liebre en la pista. Él
no estaba contento. Lo podía haber hecho mejor decía, ¡malditos nervios! y se
quejaba con razón: ¡no me jodas! ¿a quién se le ocurre poner un 1500 a las doce
de la mañana en Madrid en pleno junio?
Pasaron
meses de espera, horas y horas practicando en el taller, y los exámenes extra
de por medio, porque siempre intentó tener un as en la manga. Y cuando ya
parecía que veía la luz llegó la agonía y las situaciones cómicas. Ya sólo faltaba
el reconocimiento médico ¿será verdad? ¿llegaré a conseguir lo imposible? No
nos creía cuando le decíamos que ya lo había logrado.
Cada
vez, en cada obstáculo de esta carrera de fondo se iba mermando el número de
aspirantes, muchos de ellos ya grandes amigos quedaron en el camino… De aquellos
primeros miles quedaron a penas doscientos. Y como en El Tercer Movimiento él había
vivido derribando todas las barreras
y como en El Cuarto se volvió duro como
una roca. Y de todos, consiguió ser el número 10; no es casualidad, es lo
que es y lo que merece.
Los
últimos años han sido una experiencia durísima pero quedan muchas cosas buenas,
entre ellas la satisfacción que se siente tras haber luchado por lo que uno
quería y haberlo conseguido. ¡Ni Beatrix Kido peleó tanto! Me siento muy
orgullosa de él y le quiero agradecer la enseñanza: seguir adelante siempre, no
darse por vencido.
Aprovecho
para ponerme sentimental, la emoción de la ocasión lo requiere. Y así haciendo
memoria… Pues hemos puesto muchas copas juntos, alguna que otra gominola y,
como no, los vasos de agua. Hemos viajado por Europa ¡que frío pasamos en Berlín!,
cantamos las de Last Prophecy en la Ritmo&Compás… ¡que de buenos momentos! Y
eso es lo que toca ahora porque ya se ha
acabado lo agrio, queda lo dulce. Y seguro que la sonrisa de hoy no es tímida,
como la del niño que vendía zumos, es grande, de bombero.
Yo de
mayor quiero ser como tu Pablete. ¡Enhorabuena!