Miércoles 6 de Julio de 2011
A la una y media, bajo un sol de justicia, en una taberna de Navarrería en Iruña suena Ella, la canción de la última campaña. El bullicio blanquirojo la tararea, en sus caras la ilusión del día del Txupinazo cuando aún están todos los días de fiesta por delante. Y allí, en plenos San Fermínes yo sonrío, mi cabeza está muy lejos de allí, en un lugar frío que rememoro con la calidez del cariño. Y así, recordando cada uno de los buenos momentos que he vivido en los 36 días en el Ártico, los 13 vuelos, las 7 ciudades, el hielo y sus habitantes, los asentamientos, las minas, el barco, los laboratorios, las 6 cubiertas, el puente de mando, la instrumental room, los avistamientos a Proa, los sofás de cuero rojo, los dos camarotes, el frío, el sentimiento de estar en algún lugar en medio de ninguna parte y los maravillosos compañeros de viaje... ¡Me siento inmensamente feliz de haber podido vivir esta experiencia!
Aún queda trabajo por hacer, muchas reflexiones por elaborar y muchos compromisos por fijar (sobre todo con el planeta para no seguir cruzando tipping points) pero mientras tanto y para siempre sabré que el ártico fue mi casa y desearé volver; y que sea por mucho tiempo el hogar de parte de esos millones de especies que habitan el planeta y que nosotros podamos seguir admirando su blanco, su inmensidad, su dulzura (la del agua me refiero), su pureza, su azul vejez y su sorprendente e inigualable belleza. Y quién sabe, quizás un día recordar todo esto sabiendo que nuestra generación sentó las bases de un cambio a mejor en la salud del planeta mientras contemplo allí una bonita Aurora bajo la luz de la Luna.
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