martes, 20 de noviembre de 2012

Entre el sueño y el despertar


La niebla cubría los tejados y bajaba hasta la calle penetrando en los huesos de los escasos transeúntes que se atrevían a transitar las aceras a aquella intempestiva hora. Yo no podía dormir así que había salido del envolvente calor del nórdico con intención de aprovechar la madrugada. Enredada en la gustosa manta de rayas y sosteniendo una infusión en la mano derecha miraba divertida a través del cristal.
Aquella niebla me transportaba a otros lugares: Londres, Tromsø, Göteborg... Y precipitaba mi imaginación hacia los relatos de Anne Perry, Henning Mankell o Agatha Christie. El mágico ambiente creado por la densa niebla blanca y la tenue luz amarilla de las farolas que, esperando el amanecer permanecían aún encendidas, me llevaba a situar a los transeúntes en el papel principal de historias detectivescas y policiacas que surgían, se agolpaban y finalmente se desvanecían en mi cabeza. Me gustaba jugar a imaginar las vidas de aquellas personas.
Los edificios cercanos comenzaban a salpicarse de ventanas encendidas; la ciudad parecía estar en ese ligero tránsito entre el sueño y el despertar.
Un señor con bastón y sombrero oscuro cruzaba la calle. Al otro lado un barrendero daba los últimos empujones a su carro a sabiendas de que su jornada estaba por fin al borde de extinguirse.
La densa niebla me impedía ver más allá de la avenida principal pero mis ojos estaban fijos en aquella dirección pues el silencio de la noche acababa de ser interrumpido por un acompasado y seco ruido. Toc, toc, toc, toc... Mi curiosidad se vio satisfecha al descubrir la figura de una mujer; se abría paso entre la niebla con andar firme y decidido.
El único sonido que cortaba la noche provenía de sus tacones; unas delicadas botas de ante beige que combinaban con un grueso abrigo de pelo que le cubría desde el cuello hasta la cintura, dejando ver la parte inferior de un precioso vestido rojo. Lucía una larga melena rubia cuidadosamente recogida tras su oreja izquierda. La cara pálida, como de porcelana; resaltaba el carmín que seguro coincidía en color con las uñas, pero eso es más imaginación que realidad pues resguardaba las manos del frío bajo guantes de cuero negro.
Me llamó la atención su caminar, tan enérgico y decidido a pesar del calzado y de lo resbaladizas que debían estar las baldosas con tanta humedad. Perdí de vista su figura cuando dobló la siguiente esquina. Poco después la misma acera la recorrían dos elegantes caballeros vestidos de traje con abrigo largo oscuro y guantes. Me di cuenta de que la estaban siguiendo. Al llegar a la esquina ambos pararon, uno asomó la cara hacia el lugar al que se había dirigido la mujer de rojo y con un gesto indicó al otro que podían proseguir. Desaparecieron de mi vista.
Pasé varios segundos, quizá algún minuto, ensimismada, con la mirada perdida tratando de explicarme lo que acababa de ver. ¿Sería fruto de mi imaginación? No, aquello había sido real. Me contrariaba no poder hacer nada y más aún no saber. La curiosidad realimentó mi ya de por sí efervescente imaginación: ¿Serían agentes secretos y ella una peligrosa delincuente? ¿Serían sicarios y ella una importante ejecutiva que custodiaba con su vida información confidencial? No podía soportar la intriga... ¿Cuál sería el desenlace? Al día siguiente tendría que devorar todos los periódicos en busca de algún indicio que cuadrara con la escena que había vivido desde mi ventana.
Las divagaciones debieron agotarme porque no sé muy bien cómo llegue a la cama y caí rendida. Lo siguiente que recuerdo es la armónica de Dylan, sonaba en la radio cuando esta se activó al apagar la alarma. El despertador marcaba las nueve de la mañana.
Cuando me levanté pensé que todo había sido un sueño, la manta de rayas estaba cuidadosamente doblada sobre el sofá. Fuera hacía un espectacular y frío día. Si en algún momento de la noche había habido niebla, ésta se había esfumado y dado paso al sol de noviembre. En la cocina todo estaba en su sitio. No me di cuenta que una taza con restos de infusión reposaba junto a la ventana. 

2 comentarios:

  1. Leo tu relato con el vaso vacío ya de la infusión, y envuelta en una vieja manta de cuadros de la abuela, y me digo que qué rico relato, que sólo me falta cerrar los ojos y casi puedo andar por esa niebla....me gusta mucho

    ResponderEliminar
  2. ¡Muchas gracias Pacin!
    ¡¡¡Que buena imagen la tuya envuelta en la manta de cuadros de la abuela!!!
    Un besazo

    ResponderEliminar