Ella
no tiene habilidad ninguna para recogerse el pelo; sin embargo, cada cabello
del desaliñado moño guarda perfecto equilibrio. Es de esas personas cuyo don es
parecer algo sin pretenderlo.
Nunca
habían intercambiado palabra alguna, pero él sabía que derrochaba frescura.
Admiraba su belleza etérea, su perpetua sonrisa tras el mostrador.
Aquella
mañana el aire del norte auguraba el final del otoño. Tuvo que ajustar los
botones de su americana y resguardarse bajo las solapas.
Dobló
la esquina. Había llegado el día; le diría lo que sentía. Con paso decidido
entró a la mercería. Mientras, en la acera de enfrente, la niña del abrigo
verde saltaba a la comba.
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