Ojalá todos tuviéramos la grandeza de convertir en realidad eso de “es de bien nacido ser agradecido”…
Quizá el inicio esté en aquellas clases sobre comunicación y lenguaje que nos impartía desde la subversión y la provocación Mercedes de Molina en 4º de la ESO… ¡Ahí es nada! Dos décadas han llovido desde entonces. Estoy segura que esas fueron las raíces… A pesar de tener una mentalidad eminentemente científica y sentirme orgullosa de ello, cada vez reflexiono más sobre la importancia de las palabras; de las que se dicen y de las que no.
Son esa concatenación de sílabas con sentido, que se expresan o quedan ahogadas sin llegar a pronunciarse, las que pueden hacer que todo cambie diametralmente… La falta de las mismas puede llevar a que dos personas que se adoran rompan su relación. La laxitud de las ideas comunicadas lleva a diario a malos entendidos, sinsentidos e interpretaciones totalmente erróneas; haciendo que un entorno se vuelva tóxico o que dos personas que podían haber llegado a tener una buena amistad se conviertan en (des)conocidos. La persuasión hace que consigan lo impensable seres que quizá no lo merezcan. En fin, todo un denso bosque en el que emisor y receptor se parecen cada vez más a Caperucita y El Lobo, sin un sendero de claridad que les evite ser devorados.
Hace pocos días, en una conferencia online, escuchaba a uno de mis referentes científicos en temas de ecología y cambio climático que decía que había comprobado ya varias veces, tanto en conversaciones con “cuñados” que padecen “refractancia ante el conocimiento”, como en debates con responsables políticos de ideología extrema, en ambos casos personas con discursos muy polarizados, como: la escucha activa, la comunicación asertiva y el tratar de ver lo común, por pequeño que sea, había desmontado la actitud y los argumentos de sus interlocutores que esperaban, quizá incluso ansiaban, la confrontación.
La biología nos ha enseñado que la diversidad es buena, ¡necesaria, de hecho.! Y, lo es en todas sus formas: ideológica, generacional, de género… Para practicarla se requiere empatía y tolerancia; Más personas que se alegren y celebren los logros de otros como si fueran propios. Más gente que escuche, que pare, que piense…
Independientemente de si estamos dispuestos o no a hacer ese ejercicio de paciencia y generosidad para buscar, a través de la comunicación, lugares comunes, lo que nos une, lo que puede enriquecernos del pensamiento de otro, aunque esté muy alejado del nuestro o incluso sepamos a ciencia cierta que es equivocado, lo que sí está claro es que en estos tiempos de comunicación masiva el entendimiento entre las personas es mínimo. Y algo habrá que hacer ¿no? O ¿vamos a seguir permitiendo esa destrucción indiscriminada de relaciones interpersonales, ese abocamiento al aislamiento y la soledad a costa de alzar con orgullo banderas basadas en fake news, esa merma del diálogo, la argumentación y la educación que se han convertido en modelo político y social?
Bueno pues, aquí viene lo importante: no todo está perdido. En estos tiempos de postureo y ombliguismo hay personas que siguen creyendo o practicando “el poder de las palabras”. Y de todas las palabras posibles, a mí, el viernes pasado, un GRACIAS, que me retrotrajo siete años a una acción a la que entonces no di demasiada importancia, me cambió el día. Gracias, a ti.