Jueves 02 de Junio de 2011
El fuerte vaivén del oleaje no es suficiente para interrumpir mis sueños pero la llamada para el desayuno si lo hace. Son las siete y media.
Tratando de mantener el equilibrio y de no alimentar la lista de moratones adquiridos a bordo comienza el día en el Jan Mayen.
El vaivén cual mecedora aumenta el peso sobre mis párpados. Hoy el trabajo permite un ritmo relajado. Both together nos sumergen en la somnolencia, rota por el momento de locura que nos brinda Muchachito con su Ojalá no te hubiera conocido nunca. Elisabeth, la nueva jefa de campaña, descubre a cuatro locas que desarrollan sus tareas de laboratorio con la música energizante bien alta y baile desorbitado (nunca mejor dicho, pues saltar y bailar mientras el barco se tambalea proporciona una sensación bien parecida a la de un laboratorio de ingravidez de la NASA).
Es entonces cuando decido conservar mi energía y buscar el equilibrio físico-mental bajando un rato al pequeño pero reconfortante gimnasio que se encuentra en el más profundo de los sótanos del barco.
Fuera el cielo cubierto varía sus tonos de luminosos grises. Las olas son sustituidas por pequeños bloques de hielo que arrastrados desde la placa de hielo permanente chocan estruendosamente sobre el casco que interrumpe su camino hacia el sur, pronto serán agua.
A la hora de comer llega la calma tras la pequeña tempestad (pues, aunque narrado suene épico, tampoco ha sido para tanto). Y tras la comida llegan las reflexiones; el barco, el aislamiento, la lejanía y las nubes alimentan las divagaciones de cada uno de nosotros. Compartirlas no hace sino enriquecernos. Y es entonces cuando en algún lugar del mar de Barents reafirmo y afianzo mi objetivo de dejarme sorprender, mientras busco cada día la felicidad en las pequeñas cosas (una foto, un recuerdo, un rico postre, un baile-locura en el laboratorio...).
Dejando a un lado los trascendentalismos, en lo cotidiano reina la ayuda, el vacile, el canturreo de happy songs muestreando el experimento en cubierta y las risas, muchas risas que a la hora de comer nos sitúan al borde del ahogo.
Un grupo de semidesconocidos que según Tom Fernández más bien parecían dirigirse al festival de Benicassim que a intentar hacer ciencia en el Ártico (es decir, rompiendo estereotipos) es ahora una peculiar familia. Destaca la frescura y los puntazos de Lara, la genialidad y dulzura de Johnna (a pesar de su bipolaridad matutina, ¡que me desquicia y encanta a la par!), la sinceridad y la gracia de Iñigo, la simpatía, comprensión y amistad de Inés (always positivism, happiness, peace & love)... Gracias a los cuatro (y al entorno que también tiene su parte de culpa) por hacer de este viaje una experiencia inolvidable.
Tras una sesión doble de cine emotivo en los atrapantes sofás de la instrumental room me voy a etiquetar viales que necesito para las muestras de mañana de calcificación y en un ratito a la litera de abajo del camarote 212. Conservando energía suficiente para mantenerme como el Jan Mayen rumbo hacia Tromsø, viento en popa.
Me pongo al día leyendo tus últimos tres días. Siempre precisa en la descripciones, generosa en las apreciaciones, y sin que falten valiosas observaciones psicológicas. Es un lujo poder leerte.
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