Lunes 06 de Junio de 2011
En casa de Paul, en Tromsø sentada sobre la cama, abrigada por un nórdico cuya bonita funda de anchas rayas azules marino y rosas me abraza. A mi derecha, una ventana por la que siempre entra luz, la claridad del día, y si te asomas hacía la izquierda se ven las cumbres de las montañas nevadas.
Tromsø es una ciudad peculiar, al igual que sus casas de madera, pintadas de diferentes colores; salteadas en las colinas que hay que ir coronando y descendiendo para ir de un lugar a otro. Muchas de ellas con apariencia de cuento y otras, como en la que me encuentro, de arquitectura de revista de diseño (sin tener ni idea las etiquetaría como futuristas-minimalistas).
Cuando llegas a un sitio nuevo lo comparas con lo que has visto antes, con lo que es más familiar; eso es inevitable. Igual de inevitable que intentar catalogar, clasificar y poner nombre (etiqueta) a todo lo que nos vamos encontrando; ¡extraño proceder este que tenemos los humanos por defecto!
Pues Tromsø es un lugar peculiar, en algo me recuerda a Sligo (sin tener nada que ver por supuesto), quizás por el lago in the middle o por cómo se esparcen las casitas impidiéndome concretar un límite mental al territorio que abarca esta “gran ciudad” según palabras de John, un Noruego amigo de Hans el CTDero (que resulta que cuando no está en el barco trabaja en la Universidad de Tromsø donde hoy hemos coincidido a la hora de la comida).
El verde, la humedad, el agua. En eso me recuerda Tromsø a Sligo. Ambos bonitos, parecidos y completamente diferentes.
El día comenzó pronto, como casi todos, desorientada y casi “echando de menos” el mecer del barco. No había dormido mucho, pero sí lo suficiente como para afrontar el día con algo de energía (cosa de la que ayer carecía).
Un buen desayuno y largo paseo hasta la Universidad. Casi nos ha llevado 50 minutos sin perdernos. Hemos ido siguiendo el mapa que Paul nos había facilitado y quitándonos capas por el camino, pues habíamos sido demasiado previsoras por lo que pudiera suceder y resulta que según dicen ¡aquí es verano! Lo cierto es que ya a eso de las 8 de la mañana brillaba un sol cálido sobre las montañas nevadas y los frondosos bosques que rodean la ciudad.
En la Universidad he descubierto que mi trabajo para medir las muestras de calcificación no es demasiado arduo; primero añadir un reactivo a las muestras (no ha habido mayor dificultad que la de hacerse hueco en un laboratorio limpio y ordenado y “tomar prestados” algún par de guantes) y después conocer el Scintillation Counter (palabra incorporada hoy a mi friky vocabulario) que en castellano viene a ser una máquina supersónica preparada para recibir muestras y órdenes, medir ella solita sin dar trabajo ni molestia alguna y generar un fichero con todos los datos. ¡Por fin algo realmente fácil!
El único problema es que para medir cada muestra se toma su tiempo, las que he puesto hoy no las puedo sacar hasta el miércoles por la mañana cuando la máquina haya terminado de medir y yo le pueda dar nuevas órdenes. Eso significa que mañana tengo todo el día de vacaciones, para dormir, hacer turismo y preparar todo lo necesario para la siguiente campaña. En este sentido hoy he estado avasallando a Johnna a preguntas, pues ella se marcha esta madrugada a Mallorca (junto con Paul) y me dejan aquí sola de Reina y Señora de la casa de los Wassmann (situación cuanto menos surrealista).
Tras concretar todos los posibles detalles de la próxima campaña y de mi trabajo estos días aquí en Tromsø hemos cogido un autobús hacia el centro, pues llegábamos tarde a la cena (a eso de las 6 y completamente starving pues estos Noruegos llevan extraños horarios en los que nos hacen comer a las 11:30 de la mañana).
La cena, propuesta por Ulrika, una compañera del último tramo de la campaña (antes englobada dentro del grupo científicas guiris), ha consistido en: cuatro alemanes (Ulrika, su novio, su hijo adorable de 15 meses y un amigo de la pareja), una polaca (también de las científicas guiris), una estadounidense (Johnna) y yo en un restaurante de Sushi de Tromsø; hablando de ciencia y no ciencia en un inglés con múltiples acentos que aún resuena en mi cabeza.
La vuelta a casa con la consiguiente subida y bajada de colina (casi montaña creo yo, desde mi ocasional exageración) ha terminado por agotarnos. Así que, el día acaba, es tiempo para hablar por teléfono, disfrutar de un té (éste Paul que es muy hospitalario y amable con sus invitadas), navegar (esta vez por internet) y desarrollar las últimas preguntas-respuestas Clara-Johnna.
Antes de la última despedida descubro la resolución de las becas FPIs, pero es algo que hoy no me va a quitar el sueño.
Con algo de ánimo para afrontar estos dos días en solitario en un lugar del Norte pero también con muchas ganas de volver a ver la luna. ¡Hasta mañana!
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