Jueves 09 de Junio de 2011
6:30 suena el despertador, lo retraso un poco ¡que pereza! Me levanto. Desayuno los escasos cereales con yogur que me quedan como único alimento para la supervivencia en Tromsø. Una ducha. Recojo. Consigo que la maleta cierre.
7:30 el taxi llega puntual. Se disipa la incertidumbre que me creaba el pensar en si me habrían o no entendido en la centralita cuando ayer por la tarde llame para reservarlo.
¡Cómo iba yo a pensar que se tarda tan poco tiempo en ir de mi casa (bueno, la de Paul, que enseguida me la he apropiado) al aeropuerto! Entre eso y lo excesivamente previsora que suelo ser a la hora de volar, me toca esperar más en el Aeropuerto de Tromsø de lo que lo haré en el resto de aeropuertos a lo largo del día... ¡con lo bien que estaba yo bajo el edredón nórdico!
Bueno, el día de vuelos, la vuelta a casa, ha comenzado. En todos ellos, por suerte, disfrutaré de ventanilla y de mi maleta ni preocuparme hasta llegar a Barajas. Así que sólo se trata de seguir carteles e información en las pantallas.
10:15 despegamos. A mis pies Noruega: bella, blanca, montañosa, llena de lagos estáticos, brillantes y oscuros, como el mercurio. Se me cierran los párpados, sin quererlo, me pierdo parte de la belleza del paisaje escandinavo. Me despierto. Ha pasado casi una hora. Hay nubes. Leo.
Llego a Oslo con tiempo de sobra para comer, a precio de aeropuerto noruego, que nunca mejor dicho también es por las nubes. Y consigo saber gracias a unos segundos de conexión a internet que Marit, jefa de la próxima aventura, ha hablado con Elisabeth para que me ayude tras la próxima campaña. Yo dejaré mis muestras midiéndose en la máquina supersónica (Scintillation Counter) y ella se encargará, cuando terminen de ser medidas, de pasarme los datos y tirar los viales al contenedor de residuos radioactivos. ¡Perfecto! Eso significa que no me tendré que quedar allí sola una semana, sino un día, y podré estar de vuelta hacia el 2 de Julio.
Después de haber cruzado Noruega de Norte a Sur, un avión de Lufthansa me lleva a Frankfurt. Allí, probando diferentes tés en una mesa compartida con un alemán de traje y corbata que hace sus deberes de castellano en fichas de ejercicios como las que rellenábamos en el cole, viendo despegar aviones en la pista, termino el libro que me ha acompañado en los vuelos de ida y en lo que llevo recorrido de vuelta; pues, entre medias no he tenido tiempo casi ni para respirar, mucho menos para leer. Es “La senda oscura” de Ǻsa Larsson, novela negra escandinava, mi favorita, y, en mi opinión, muy propia para este viaje.
Sabía que me iba a faltar lectura así que con mi habitual previsión (squirrel previsora vale por dos) había metido en la mochila un buen regalo de cumpleaños “Un grito de amor desde el centro del mundo” de Kyoichi Katayama. En el que pronto me veo emocionalmente inmersa a pesar de suponer un cambio drástico respecto al trepidante final de “La senda oscura”.
Una pareja de alemanes me mira raro, la chica se ríe y yo pienso: ¿de qué coño se ríe esta idiota? Entonces miro a mi alrededor; todo el mundo en sandalias y manga corta. Me miro de abajo arriba: botas de máximo abrigo, jersey de manga y cuello largo, bufanda de lana enroscada en el cuello y dos forros polares en la mano... ¡Ahora lo entiendo y yo también sonrío!
Me subo al avión y sorpresa ¡las azafatas me hablan en castellano! El viaje hacia el sur va por buen camino.
Pasadas las 20:30 aterrizo en Madrid, habiendo sobrevolado el Alto Tajo, Trillo, el valle del Henares y la Sierra de Madrid (lástima no haber sobrevolado Sigüenza, hubiera sido un final perfecto para este viaje). Mi maleta no me hace sufrir, sale en la cinta de las primeras y ya en la calle, en las oscuras ventanas de la T2, veo el reflejo de un Golf Rojo ¡estoy en casa!
He cruzado Europa de Norte a Sur; muchas horas, muchos kilómetros... pero el viaje no ha sido muy pesado y al llegar...recibimiento cálido. En los labios el sabor a hogar. Anochece en Madrid, hay algunas nubes y contaminación pero después de 20 días ¡veo estrellas!
Mañana, en la ciudad donde las anónimas vidas de millones de personas se cruzan a ritmo frenético, yo volveré a llenar mis manos de anillos, oleré de nuevo a MI colonia, vestiré de calle (y no de montaña), liberaré mis pies a sandalias, disfrutaré rincones, amigos, tapas, pintxos y cañas... me dejaré impregnar de su entrañable sabor y su alegre armonía; pero todo será diferente. He conocido el Ártico; su pureza, su virginidad, su belleza, su fragilidad, su calma y su tempestad, su efímera persistencia. Algo en mí ha cambiado.
Tengo una semana por delante para descansar, disfrutar, asimilar lo vivido, recordarlo con cariño, tomar decisiones...Sólo espero dar valor a lo que lo merece.
Cuando despierte la Luna se habrá escondido y volverá a ser de día. Mientras tanto... ¡Feliz oscuridad!
No hay comentarios:
Publicar un comentario